¿Por qué Castigar el Sufrimiento?
A principios del siglo 19 la figura literaria Thomas de Quincey era un consumidor de opio.
“Los sutiles
poderes alojados en esta poderosa droga,” decía entusiasmado,
“tranquilizan todas las irritaciones del sistema nervioso ...
estimulan las capacidades de regocijo ... mantienen veinte horas de
las energías animales de otro modo estarían en reducción ... O
justo, sutil y conquistador opio ... Tú que sólo das estos regalos
al hombre; y tú que tienes las llaves del paraíso.” Un paciente
mío del infame lado Este de Vancouver lo ponía más claramente: “La
razón por la que consumo drogas es por que así no siento los
jodidos sentimientos que siento cuando no consumo drogas.”
Todos los adictos a
las drogas, incluso (o tal vez especialmente) los abyectos y
marginados en las calles, buscan en este hábito el mismo paraíso
del cual de Quincey se extasiaba: un sentido de confort, vitalidad, y
liberación del dolor/sufrimiento. Es una búsqueda en la perdición
que pone en peligro su salud, posición social, dignidad, y libertad.
“No tengo miedo a la muerte,” me decía otro paciente. “Tengo
más miedo a la vida.” ¿Qué clase de desesperación/desesperanza
podría llevar a una persona a valorar más el alivio inmediato por
sobre la vida misma? Y ¿cuál será la fuente de tal
desesperación/desesperanza?
No
Elección/Decisión o Genes
En Norte-América, dos asunciones informan a las actitudes sociales
contra la adicción. Primero la noción de que la adicción es
resultado de una elección/decisión individual, una falla personal,
una visión que subyace en la aproximación legal contra la
dependencia a las drogas. Si el comportamiento es una cuestión de
elección/decisión, entonces tiene sentido castigarlo o detenerlo a
través de sanciones legales, incluyendo encarcelamiento por mera
posesión. La segunda perspectiva es el modelo médico que ve a la
adicción como una enfermedad inherente al cerebro. Esta visión al
menos tiene la virtud de no culpar a la persona afligida -después de
todo, la gente no puede aliviar lo que los genes les heredan- y
ofrece también la posibilidad de un tratamiento compasivo.
Lo que estas hipótesis tienen en común es que desenganchan a la
sociedad del problema. Y tampoco nos obligan a considerar como las
experiencias de las personas y su posición social contribuyen a una
predisposición a la adicción. Si las poblaciones oprimidas y
marginadas sufren una carga desproporcionada de adicción -como pasa
de hecho, aquí y en todos lados- debe ser producto de su fallida
capacidad de decisión o sus dañados genes. Los modelos basados en
la creencia de elección/decisión o de la herencia genética también
nos evitan, convenientemente, observar como el ambiente social apoya,
o no, a los padres de niños pequeños, y observar como las actitudes
sociales y cargas políticas, estresan y excluyen ciertos segmentos
de la población y debido a esto incrementan la propensión a las
adicciones.
Otra más marcada visión, emerge cuando escuchamos las historias de
vida de las personas adictas y vemos los amplios datos de
investigación.
Las adicciones siempre se originan en la falta de felicidad, aún si
ésta está oculta. Son anestésicos emocionales; alivian el dolor.
Lo primero a preguntar -siempre- no es “¿por qué la adicción?”
sino “¿por qué el dolor/sufrimiento?” La respuesta fue resumida
elocuentemente, garabateada en la pared del cuarto de mi paciente
Anna: “A cualquier lugar a donde fui, no fui querida. Y eso muerde
duro.”
“Un Cálido y
Suave Abrazo”
Por 12 años fui del personal médico en el Portland Hotel, una
locación de reducción de daño sin ánimo de lucro, en el Lado Este
del Centro de Vancouver, un área con una población de 3,000 a 5,000
personas adictas. La mayoría de los clientes del Portland son
adictos a la cocaína, cristal, alcohol, opiáceos como la heroína,
o los tranquilizantes -o alguna combinación de estas drogas.
“La primera vez que usé heroína,” me decía una de mis
pacientes de 27 años que trabajaba como sexo-servidora, “lo sentí
como un cálido y suave abrazo.” Con esta frase, ella resume las
profundas ansias psicológicas y químicas que hace a algunas
personas vulnerables a la dependencia de sustancias.
Contrario al mito popular, ninguna droga es inherentemente adictiva.
Sólo un porcentaje pequeño de personas que prueban el alcohol o la
cocaína o incluso las metanfetaminas se vuelven adictas. ¿Qué es
lo que hace a estas personas vulnerables? De acuerdo con las actuales
investigaciones del cerebro y la psicología de desarrollo, las
vulnerabilidades químicas y emocionales son producto no de una
programación genética sino de las experiencias de vida. La mayor
parte del desarrollo cerebral ocurre después del nacimiento, y por
esto las interacciones físicas y emocionales determinan mucho de
nuestro desarrollo neurológico -cuales áreas del cerebro se van a
desarrollar y qué tan bien, que pautas de comportamiento se
codificarán, etc. Como tales, cada circuito y química cerebral
refleja las experiencias individuales de vida tanto como las
tendencias heredadas.
Las drogas afectan el cerebro al engancharse a los receptores en las
células nerviosas. Los opiáceos funcionan en nuestros propios
receptores de endorfinas -las sustancias naturales parecidas a los
opiáceos propias del cuerpo, que participan en muchas funciones,
incluyendo la regularización del dolor y el ánimo. De forma
similar, tranquilizantes de la clase de benzodiazepina, como el
Valium, ejercen sus efectos en los receptores de benzodiazepina
naturales del cerebro. Otros químicos cerebrales, incluyendo a la
dopamina y seretonina, afectan tal diversidad de funciones tales como
el humor, los mecanismos de incentivación y recompensa, y de
auto-regulación del comportamiento. Estos, también aceptados por
los receptores especializados en las neuronas.
Pero el número de receptores y los niveles químicos en el cerebro
no están completamente establecidos en el nacimiento. Ratas infantes
que reciben menos cuidados de sus madres terminan desarrollando menos
“benzo” receptores naturales en la parte del cerebro que controla
la ansiedad. Los cerebros de monos infantes separados de sus madres
por unos pocos días son mensurablemente deficientes de dopamina.
Es lo mismo con los seres humanos. Las endorfinas son liberadas en el
cerebro de un infante cuando cuando esta en un ambiente cálido, no
estresante, y hay tranquilas interacciones con las figuras
parentales. Las endorfinas, promueven el crecimiento de los
receptores y células nerviosas, y el desencadenamiento de otros
químicos cerebrales importantes. Entre menos experiencias
liberadoras de endorfinas recibamos en primera infancia y la niñez,
mayor será la necesidad de fuentes externas. Por lo tanto será más
grande la vulnerabilidad a caer en adicción.
Crónicas del
Dolor/Sufrimiento
Lo que lleva a los adictos de los barrios bajos a otro nivel, es el
grado extremo de estrés que han tenido que soportar desde el
comienzo de sus vidas. Casi todas las mujeres que ahora habitan la
“Capital de la Adicción en Canadá” -ese ha sido el nombre que
ha recibido el área Este del Centro de Vancouver- han sufrido
agresiones sexuales en la infancia, al igual que muchos de los
hombres. Recuerdos de una serie de abandonos o severos abusos físicos
y psicológicos en la infancia son comunes. Las historias de mis
pacientes son crónicas de dolor/sufrimiento sobre dolor/sufrimiento.
Carl, un hombre Nativo de 36 años, pasaba de un orfanato a otro, una
vez fue castigado por usar malas palabras, le hicieron tragar jabón
para trastes a la edad de 5 años, también fue atado a una silla en
un cuarto obscuro para controlar su hiperactividad. Cuando se enojaba
consigo mismo se pinchaba el pie con un cuchillo como castigo.
Pero ¿que pasa con las familias donde no hay abusos, sino amor;
donde los padres hicieron lo mejor para proveer a sus hijos con un
hogar seguro y sano? Después de todo, las adicciones también
aparecen en tales familias. El factor oculto aquí es el estrés bajo
el cual viven los propios padres, incluso si no se dan cuenta. Este
estrés puede aparecer debido a problemas en la relación o
circunstancias ajenas tales como presiones económicas o trastornos
políticos.
Las fuentes más frecuentes de estrés son las propias historias de
la infancia de los padres que cargan a los padres con un bagaje
emocional del cual no son conscientes. Aquello de lo que no somos
conscientes en nosotros, se lo transmitimos a nuestros hijos. Padres
estresados, ansiosos, o deprimidos tienen gran dificultad para
iniciar con sus hijos aquellas interacciones emocionalmente valiosas,
liberadoras de endorfinas. Después en la vida aquellos niños
podrían experimentar una dosis de heroína como el “cálido y
suave abrazo” que describía mi paciente: Aquello de lo que no
recibieron lo suficiente, podrán administrárselo a sí mismos a
través de una jeringa.
Amor
Incondicional
Los estudios en EE.UU. Sobre las Experiencias Adversas en la Infancia
han demostrado más allá de cualquier duda que, el estrés en la
infancia, incluyendo factores como el abuso, adicciones en la
familia, un divorcio rencoroso, y demás, proveen una referencia para
las adicciones que aparecerán más tarde en la vida. No significa,
por supuesto, que todos los adictos sufrieron abusos o que todos los
niños que sufren abusos se vuelven adictos, pero las correlaciones
son indudables.
Se observamos más de cerca, veremos que tendencias adictivas
caracterizan el comportamiento de muchos miembros de la sociedad,
incluyendo ciudadanos completamente funcionales y respetables. Como
doctor workahólico, he tenido mis propias adicciones a la actividad
profesional febril y a las compras. En mi caso, puedo seguir la pista
a mi adicción hasta las perdidas emocionales que sufrí siendo un
bebé Judío en una Hungría durante los últimos años de la Segunda
Guerra Mundial. Mis hijos en cambio, fueron sujetos al estrés de una
familia encabezada por un padre workahólico que estaba físicamente
presente pero emocionalmente ausente.
El sentimiento de soledad, el sentir que nunca ha habido nadie con
quien compartir las más profundas emociones, es universal entre las
personas adictas. Eso fue lo que Anna anotó en la pared de su
cuarto. No importa cuánto amor le tengan sus padres, un niño o niña
no experimenta el ser deseado o deseada a menos que tenga la absoluta
seguridad de expresar exactamente que tan infeliz, o enojado, o que
tan lleno o llena de rencor se pueda sentir algunas veces. El
sentimiento de amor incondicional, de ser completamente aceptados
incluso cuando somos más desagradables, es lo que ningún adicto ha
experimentado en su infancia jamas – no porque sus padres no
tuvieran la posibilidad de ofrecerlo, si porque simplemente estaban
muy estresados, o cansados, o perseguidos por sus propios demonios, o
simplemente porque no sabían como transmitir este sentimiento hacia
su hijo o hija.
Las personas adictas rara vez hacen la conexión entre las
experiencia dolorosas de su infancia y sus hábitos
auto-destructivos. Se culpan a sí mismas – y esa es la herida más
grande de todas, contar su auto-compasión natural. “Fui golpeado
muchas veces,” me contaba Wayne de 40 años, “pero es como si yo
lo pidiera. Después tome algunas decisiones estúpidas.” Y
¿golpearía él a un niño, sin importar cuanto el niño parezca
“pedirlo,” o le culparía por sus estúpida decisiones? “No
quiero hablar de esa basura,” me respondió este hombre rudo, que
ha trabajado en plataformas petroleras y en construcción y cumplió
15 años en la cárcel por robo. Volteó la mirada a un lado y secó
una lágrima de sus ojos.
Gabor Maté adaptó este artículo para Beyond Prisions, la edición
del verano de YES! Magazine 2011, de su libro, In The Realm of Hungry
Ghosts: Close Encounters With Addiction. Gabor es Médico en
Vancouver, Canadá.
Traducción #MudoZeitgeist para Un Tipo de Traje y Corbata.
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