Matrimonio Gay, al igual que todos los Matrimonios, No Vale la Pena Celebrarlo.


Matrimonio Gay, al igual que todos los Matrimonios, No Vale la Pena Celebrarlo.
Estén alerta de los gobiernos otorgando el «derecho» para entrar en un penoso contrato de por vida.

En tiempos pasados cuando había un movimiento contra cultural identificable en EEUU, feministas, activistas gays, muchos de izquierda identificaban la institución del matrimonio como fundación de la cultura americana conservadora, y en consecuencia era algo a que oponerse, no algo que perseguir. Pero ahora, con más y más parejas gays ganando el permiso oficial para casarse, la izquierda está celebrando un derecho el cual solía comparar con el derecho a estar encarcelado.

Aquellos que se consideran descendientes de esa izquierda contra cultural alaban la repentina aceptación del matrimonio gay por parte del presidente Barack Obama como una gran victoria no sólo para la igualdad y los derechos civiles, sino que también para la libertad. Sin embargo históricamente, aquellos que inventaron y promovieron la legalización del matrimonio lo hicieron con el explícito propósito de restringir la libertad de todos nosotros.

La idea que el estado deba promover, sancionar, y regular las relaciones monógamas ganó terreno en el siglo XVI como reacción a la primera revolución sexual europea. Público, grupal y lo que ahora llamamos sexo homosexual eran lugar común, la prostitución era rampante y generalmente no era castigada, libros y panfletos pornográficos eran ampliamente populares, y las leyes contra el adulterio y el divorcio no eran aplicadas.

Martín Lutero y otros lideres de la reforma protestante se aferraron al matrimonio como medio para frenar las libertades no cristianas y mantener el orden social.
Lutero reconoció que “aquel que se reuse a casar deberá caer en la inmoralidad,” identificaba el matrimonio como “el remedio contra el pecado,” y demandaba a toda la humanidad a buscar el remedio “con el fin de que la fornicación y el adulterio sean evitados al igual que las poluciones y las promiscuas lujurias.”

Hasta entonces, la iglesia había reconocido y supervisado los matrimonios por su cuenta, pero Lutero y los reformistas querían a un ejecutor más poderoso y “mundano” de las leyes de Dios. El matrimonio, decían ellos, pertenecía a la competencia de un “gobierno temporal,” el cual “restringiría a los no cristianos malvados para que sean obligados a estarse quietos y mantengan una paz hacia el exterior.” Movidos por estos interdichos, los gobiernos de toda la Europa protestante se apoderaron del control sobre el matrimonio e instituyeron reglamentos para su ejecución.

En este lado del Atlántico, poco después de la ratificación de la constitución, los estados recién formados, actuando bajo su propio interés profesado, promulgaron leyes que hacían más difícil terminar con un matrimonio. Era típica la visión de los legisladores del estado de Georgia, quienes en 1802 respondieron a la incapacidad para evitar la “disolución de contratos fundados bajo la más rígida y sagrada de las obligaciones” promulgando una ley regulando el divorcio. Según los legisladores, la “disolución [del matrimonio] no debería depender del deseo privado, sino que debería requerir de la interferencia legislativa; en la medida que la república está profundamente interesada en las empresas privadas de sus ciudadanos.”

Otros gobiernos estatales siguieron estas medidas. Para el final del siglo XIX era casi imposible en cualquier estado disolver el matrimonio a menos que uno demostrará lo que un historiador llamó “comportamiento ideal del esposo(a)” y que tu esposa(o) fuera adultera, sexualmente disfuncional, o crónicamente ausente. Ya no era posible que una esposa infeliz o un esposo pudiera simplemente salir del matrimonio.

Los legisladores americanos en el siglo XIX concordaban ampliamente con el jurista Joel Prentiss Bisho, que consideraba “muy absurdo intentar refutar... la idea que cualquier gobierno, consistente con el bienestar general, permita que esta institución se vuelva un mero convenio entre un hombre y una mujer, y no regularlo.” Esta cuestión se volvió urgente durante la guerra civil, cuando los esclavos, que no tenían el derecho a casarse, se volvieron de repente prospectos para ciudadanos. Un oficial de la unión encargado de la educación de los hombres liberados testificó ante el congreso que

“uno de los grandes defectos en el manejo de los negros era, a mi juicio, la ignorancia de las relaciones familiares...Mi parecer es que una de las primeras cosas que hay que hacer con estas gentes, para calificarlos como ciudadanos, para la protección y sustento propio, es inculcarles las obligaciones familiares.”

El gobierno de la Unión requirió que todos los esclavos recientemente liberados bajo su cuidado en campos de refugiados “que han vivido o desean vivir juntos...sean casados de la manera apropiada.”

Después de la guerra, los administradores del Buró de los Hombres liberados, que habían sido encargados de conformar a los ex-esclavos a las normas Americanas, se les ordeno que coaccionaran a los hombres y mujeres bajo su cuidado a casarse para así llevarlos a la civilización.

El Buró emitió “reglas matrimoniales” para “ayudar a los hombres liberados a apreciar propia y religiosamente las sagradas obligaciones del estado matrimonial.” Estas reglas otorgaban el derecho a casarse a los ex-esclavos, pero también establecían enormes barreras para obtener legalmente un divorcio.

Disolver el matrimonio se volvió un poco menos tormentoso en el siglo XX, gracias en gran medida a la izquierda contra cultural mencionada al principio, pero el aparato moral de la institución sancionada por el estado continúa alejando a la mayoría de nosotros de ejercer nuestros deseos individuales. Según conteos recientes, 48% de parejas casadas están dispuestas a pagar montones de dinero en abogados para desenlazarse de una relación que ya sirve a sus intereses. Incluso ahora en EEUU, se paga jugosamente por esa opción, no sólo en cuotas legales, sino que también con el estigma de haber “fallado” en lo que se espera de toda buena persona.

Así que digámosle a nuestros hermanos y hermanas gays peleando por la “libertad para casarse,” aquellos que una vez pelearon por liberarse del matrimonio: tengan cuidado con lo que desean- probablemente lo obtendrán.

Thaddeus Russell, autor de A Renegade History of the United States.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Los 7 Habitos de las Personas Verdaderamente Genuinas.

El Animal Dentro de la Mujer: La Teoría del Útero Errante

El Vacío en el Hombre, Apocalypto