La Separación entre Amor y Sexo Victoriana.


Darwin, como todo el mundo, incorporaba a sus postulados sobre la naturaleza de la vida humana su propia experiencia personal... o su falta de experiencia. En "La mujer del teniente francés," John Fowles refleja la hipocresía sexual que caracterizaba el mundo de Darwin. El siglo XIX inglés -escribe- fue "una época en que la mujer era sagrada, pero uno podía comprarse una niña de trece años por unas pocas libras, o unos chelines, si la quería sólo para una hora o dos. [...] En que el cuerpo femenino estuvo más oculto que nunca, pero se juzgaba a un escultor por su habilidad para tallar mujeres desnudas. [...] En que se sostenía unánimemente que las mujeres no tenían orgasmos y, sin embargo, a toda prostituta se le enseñaba a fingirlos."

En algunos aspectos, las costumbres sexuales victorianas reproducían la mecánica del motor de vapor, tan emblemático de la época. Al bloquear el flujo de energía erótica, se crea una presión creciente que se aprovecha mediante estallidos breves y controlados de productividad. A pesar de que se equivocó en muchas cosas, parece que Sigmund Freud dio en el clavo al observar que la "civilización" se ha edificado en gran medida sobre energía erótica bloqueada, concentrada, acumulada y desviada.

"Para mantener inmaculados su cuerpo y su mente -explica Walter Houghton en 'The Victorian Frame of Mind' [La mentalidad victoriana]-, se enseña al niño a considerar a las mujeres objeto de máximo respeto, y aun de veneración. Debía contemplar a las mujeres buenas (su hermana, su madre, su futura prometida) como criaturas más angelicales que humanas; una imagen admirablemente calculada no sólo para disociar el amor del sexo, sino para convertir el amor en adoración, y adoración de la pureza." Cuando los hombres no estuvieran de humor para venerar la pureza de sus hermanas, madre, hijas y esposa, se suponía que, antes que poner en peligro la estabilidad familiar y social "deshonrándolas" con "mujeres decentes", debían purgar su lujuria con prostitutas.

Christopher Ryan y Cacilda Jethá - En el Principio era el Sexo.

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